"No le gustaba mirarnos a los ojos cuando intentábamos enseñarle los números, o a decir mamá y papá. Sin embargo, podía hacerlo si él era quien iniciaba la actividad, lo que no ocurría con mucha frecuencia."
Así se expresan unos papás al describir la distinta conducta de su hijo con su propia mirada.
Como el niño les mira en unas ocasiones y en otras no, deducen que cuando no lo hace es porque no le gusta.
Sin embargo el control de los movimientos oculares puede ser mayor o menor, o incluso resultar imposible, en función de determinadas condiciones neurológicas o en función de la programación motora de esos movimientos oculares.
Así, si a un niño le pedimos que persiga con la mirada, de un sólo ojo o de ambos, un móvil que se desplaza horizontalmente a una distancia de 50 cm. de su cara tendrá un resultado X.
Si luego le pedimos que realice el mismo movimiento de persecución ocular sobre el mismo móvil que vuelve a hacer un desplazamiento idéntico al anterior, pero ahora el niño va señalando con el dedo índice diciendo "ahí", "ahí", o "pum", "pum", "pum", tendrá un resultado X o Y.
Puede ocurrir que el grado de control del movimiento ocular en el primer experimento sea mucho peor que en el segundo.
Hacer que el niño fije sus ojos en los nuestros mediante una instrucción verbal como "Mírame a los ojos" , puede que resulte infructuosa, bien porque no comprenda nuestra instrucción, o bien porque no pueda someter el movimiento de sus ojos a una instrucción verbal, o bien porque carezca la instrucción de significado para el niño.
Es necesario comprobar el grado de control que el niño tiene de los movimientos oculares de persecución de la mirada, de cada uno de los ojos por separado, de ambos, y en distintas trayectorias, horizontales, verticales, oblicuas...; y sobre todo, entrenarlo para que al dar una significación al propio hecho de la persecución ocular, como pueda ser la simulación de alcanzar un blanco, con participación de la actividad verbal, se convierta toda la acción en un acto simbólico.
Una vez automatizado el procedimiento general simbólico, se podrá abreviar y quizás el niño sea ya capaz de realizar también movimientos oculares siguiendo instrucciones verbales directas.
El control ocular voluntario es fundamental para hacer investigaciones activas sobre los objetos o sus representaciones, mediante sucesivas fijaciones en aquellos elementos que permiten verificar que la hipótesis de su identificación es acertada.
Los rasgos de las letras, su identificación óptica y óptica espacial, y el establecimiento de los modelos ópticos, constituídos por sus rasgos sustanciales y disposición espacial, pueden verse alterados, si hay defectos con los movimientos oculares, pues en la visión no es tajante el límite que separa los defectos que podemos llamar primarios de otros de carácter secundario o de percepción, de integración en etapas superiores de abstracción y generalización del procesamiento visual.
Debemos comprobar si al niño no le gusta mirarnos, fijar sus ojos en los nuestros, o no puede hacerlo siguiendo una instrucción verbal. O además, carece de significado para él. Cualquiera que sea el grado en que estos factores contribuyen al resultado final, si detectamos en un niño autista que tiene problemas de control de los movimientos oculares debemos corregirlos.
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